lunes, 19 de noviembre de 2007

Enseñando bien los dientes

El otro dia me dijeron que me parecia a un tipo. Los que me conocen saben que no es nada nuevo, me lo dicen cada poco, incluso me confunden por la calle. El caso es que esta vez me presto porque fue a un tipo que conozco y que me cae realmente bien. Esta vez el parecido no era del todo físico, se basaba en el aspecto, barba, camisa de cuadros... pero yo creo que iba un poco más alla.
Este tipo, algunos amigos míos, de ambos sexos, y yo pertenecemos a una especie en extinción. Gente con la conciencia tranquila y la rabia precisa, con la cabeza llena de sueños, pero con los pies en la tierra. Capaces de esbozar una sonrisa que condensa alegria y tristeza a partes iguales, tal vez más tristeza que alegria. Profesionales, hacemos nuestro trabajo con ilusión y dedicación pese a que somos conscientes que no recibiremos ninguna recompensa con ello, salvo nuestra propia satisfacción. Aguantamos a pie firme cuando podemos, y cuando caemos nos levantamos, con o sin ayuda,apretando bien los dientes, sabiendo que cada hostia recibida contará algo en alguna parte. Miramos a la rubia, que encaramada a unos tacones que desafian las leyes del equilibrio, camina por la calle mientras los cuellos giran a su paso, pero buscamos los ojos tristes de la chica de los tejanos gastados. Sonreiremos y menearemos la cabeza cuando la veamos por la calle de la mano de otro tipo, si tiene suerte será uno de nuestra especie, y aunque no lo sea y le consideremos un gilipollas, aplaudiremos igual porque la sabemos feliz. Cambiad los sexos, a mi me es más fácil escribir en primera persona, pero es igual.
Somos supervivientes natos, cuando esta sociedad se vaya al carajo, seguiremos aquí para volver a ser gobernados por otros nuevos inútiles. Guardamos la memoria de nuestros antepasados, nos conmovemos ante un amanecer, una canción y una guitarra pueden arrancarnos lágrimas, un libro o un poema nos emocionan, haciendo que recordemos sus frases a lo largo de los años. Maltratamos las amistades con un falso olvido, pero cuando nos encontramos por la calle nos abrazamos con sinceridad. Somos fríos y tímidos, pero nos hierve la sangre y se nos acelera el pulso cuando es necesario. Nos llevamos bien con todo el mundo, pero sabemos quien merece nuestro respeto y nuestra mano tendida. Somos conscientes de que un dia saldra nuestro número, y que no se reirán de nosotros las madrugadas porque no representamos ninguna miseria.

Por otro lado, felicidades a Nestor, un digno representante de esta especie, que acaba de conseguir el premio de fin de carrera.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Nuevo Vínculo

Sigo fiel a mi politica quien me deja un comentario merece un vinculo (no se a donde me va a llevar). Asi que dad la bienvenida a Al son de unos tacones
Por otro lado y en espera del viernes aqui va uno que ha renacido de las cenizas: Ryan Adams



Edito para añadir otro vínculo 3 Días de Marzo que ademas creo que es el más antiguo, aunque aún no habia comentado

domingo, 4 de noviembre de 2007

Feliz Año Nuevo

De largo lo mejor que lei en este verano, y en mucho tiempo:

Era guapí­sima, pensó. La mujer más guapa del mundo. Un vestido negro, escotado por detrás, el pelo recogido en la nuca. Unos ojos grandes e inteligentes que lo miraron de esa manera singular con que miran algunas mujeres, como si se pasearan por dentro de ti, escudriñándote cada rincón, y esa certeza te erizara la piel. No sabí­a cómo se llamaba, ni quién era. Ni siquiera si estaba con otro. Pero comprendió que era ella. Así­ que venció el nudo que se le habí­a hecho en la garganta y dijo aquí­ te la juegas, chaval, te juegas el resto de tu vida, y a lo mejor haces el ridí­culo más espantoso; pero serí­a peor no intentarlo. Así­ que se fue derecho hacia ella, recorriendo esos cinco últimos metros que ningún hombre inteligente franquea si no son los ojos de la mujer los que invitan a recorrerlos. Hola, me llamo tal, dijo. Y no me perdonarí­a nunca dejarte salir de mi vida sin intentarlo. Ella lo miró despacio, evaluando su sonrisa algo tí­mida, la manera sencilla que tení­a de estar de pie ante ella, encogiendo un poco los hombros como diciéndole ya sé que lo hemos visto muchas veces en el cine y por ahí­, pero no puedo evitarlo. Te pareces a esas cosas que uno sueña cuando es niño.

Lo consiguió. La felicidad le estallaba dentro y el mundo y la vida eran una aventura maravillosa. Bailaron, rieron. Compartieron sus mundos e hicieron que éstos empezaran a fundirse el uno con el otro. Música, cine, viajes, libros. Tiene cosas que yo necesito, pensó. Cosas que a mí­ me faltan. A veces se quedaban callados, mirándose un rato largo, y ella sonreí­a un poco, casi enigmática. Quizá se sienta como yo me siento, pensó él. Tocó su piel, rozándola con precaución al principio. Acercaron los rostros para conversar entre la música, acarició su cabello, respiró su aroma, asimiló cada registro de su voz. Algo hice para merecerla, pensó de pronto. Los años de colegio, la facultad, el trabajo, la lucha por la vida. Sentí­a que era un premio especial; que una mujer así­ no caí­a del cielo a cambio de nada. Eso le hizo sentirse más seguro, más cuajado y adulto. Y en sólo unas horas, maduró. Se hizo lúcido y se dispuso a merecerla.

Llegaron las campanadas. Ding, dang. Todos bailaban y reí­an, brindaban, chocaban las copas salpicándose de champaña. Feliz 2001. Feliz año nuevo. Él nunca habí­a sido muy sociable; tení­a sus ideas sobre las fiestas de año nuevo en general y sobre la Humanidad en particular, y no eran ingenuas en absoluto. Sin embargo, aquella vez amó a sus semejantes. Los habrí­a abrazado a todos. Con la última campanada ella se quedó mirándolo en silencio, la copa en la mano, la boca entreabierta, y él se inclinó sobre sus labios. Sabí­an a champaña y a carne tibia, y a futuro. Alrededor los amigos aplaudí­an y bromeaban sobre el flechazo. Ellos seguí­an mirándose a los ojos y se besaron de nuevo, ajenos a todo. Y más tarde, rozando el alba, la acompañó a su casa. Se besaron de nuevo en el portal, mucho rato, y él regresó a casa caminando en la luz gris del amanecer, las manos en los bolsillos, sintiendo deseos de dar pasos de baile, como en las pelí­culas. Estaba enamorado.

Pasaron los meses y se amaron con locura. Ella estaba en el último año de carrera; él, a punto de conseguir el trabajo soñado durante muchos años. Viajaron juntos y hubo un verano maravilloso, el mar, los paseos por la playa, las noches cálidas. Cuando estaban juntos apenas necesitaban otra cosa. Ella se le aferraba, jadeante, sus ojos muy abiertos cerquí­sima de los suyos, abrazándolo como si pretendiera hundí­rselo para siempre en las entrañas. Te amaré toda mi vida, dijo él. Me parece que deseo un hijo, dijo ella. Que se parezca a ti. Que se nos parezca. El mundo era una trampa hostil, pero podí­a ser habitable después de todo. Era posible, descubrieron sorprendidos, construir un lugar donde abrigarse del frí­o que hací­a allí afuera: un refugio de piel cálida, de besos y de palabras. A veces se imaginaban de viejos, con nietos, libros, un pequeño velero con el que navegar juntos por un mar de atardeceres rojos y de memoria serena.

Aquel año consiguió el trabajo por el que habí­a luchado toda su vida. Un puesto de responsabilidad en una multinacional importante. El primer dí­a que fue al despacho, al llegar a su mesa situada junto a la ventana con una vista maravillosa de la ciudad, pensó que habí­a llegado a algún sitio importante, y que el triunfo también era de ella. Tení­a que compartir ese momento, así­ que descolgó el teléfono Y marcó el número de la casa donde ahora viví­an juntos. Estoy aquí­, lo he conseguido. Estoy en la cima del mundo, dijo. Y te quiero. Mientras hablaba sus ojos se posaron, distraí­dos, en el calendario que estaba sobre la mesa: martes 11 de septiembre. Luego se volvió a mirar por la ventana. El dí­a era hermoso, los cristales de la otra torre gemela reflejaban el sol de la mañana, y un avión enorme se acercaba volando muy bajo.

Es la página que Reverte escribe en El Semanal y que está recogida en el libro "No me cogereis vivo".
Disfrutadlo