lunes, 19 de mayo de 2008

Peces de Ciudad

Fue hace ya 6 años, me fui de viaje, algunos dirian iniciático, con unos amigos. Recorrimos media Europa, o eso creiamos, y acabamos como tantos otros, en el Barrio Rojo de Amsterdam.

Alli estaban los escaparates, velados con una luz roja, con mujeres aburridas dentro, a un lado del cristal, y al otro, en la calle hordas de gente, casi todo hombres, pero también mujeres. En ocasiones alguien entraba, una cortina se corría. En otras la cortina se descorría y salia alguien del edificio.

Pensareis que con la hormona loca, la testosterona arriba y el ambiente estaríamos salidos como el pico de una plancha. La verdad es que no, no me considero mejor que nadie, ni más justo ni mas recto, que alguien me defina la rectitud. Mis amigos tampoco, pero la verdad es que el ambiente me, nos, entristecía. Las mujeres del escaparate en vez de excitarme me deprimían, encerradas, como los peces de un acuario, sin conocer el mar.

No voy a rasgarme las vestiduras, no voy a pedir explicaciones, no voy a buscar excusas, hay cosas peores, mucho peores, esta claro. Crecimos con el sexo en una pantalla furtiva o en un papel arrugado en el baño. Pero en la pantalla no se ven los ojos, y eso es lo que marca la diferencia. La diferencia, la única diferencia es que unos buscan los ojos, la sonrisa, otros el alivio físico, el subirse la bragueta, la muesca en el cabecero, no importa que paguen o no.

Ayer con 18 años, una mochila a la esplada, la certeza de poder comerme el mundo. Hoy con casi 24, canas en la barba y el colmillo retorcido sigo viendo la misma hipocresía, quizá más nosotros las ocultamos y miramos para otro lado fingiendo que no existen, salvo en la sección de anuncios por palabras, en ciertas esquinas y bajo los neones de la autopista. Caminando por la calle volvi a ver la misma horda, y la misma chica en un escaparate, modelo de lencería esta vez. Direis que no es lo mismo, pero una mujer se paseaba delante de un monton de gente, que no nos engañemos, la miraba a ella, no a las prendas que llevaba, y nole importaba quien era, si no lo que parecía.

Lo que si era igual era el cristal.

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